Legado de los Dhakaan, Libro 2 (Legacy of Dhakaan, Book 2)
Palabra de Traidores (Word of Traitors)
Darggun. Heredero de un imperio hace tiempo caído. Forjado de nuevo en los fuegos de la Última Guerra y mantenido unido por la voluntad de hierro de Lhesh Haruuc.
Pero Lhesh Harruc esta muerto, asesinado por guerreros que juraron servirle. Su círculo interno de confianza sospecha algo más que traición. Algo más oscuro esta en marcha. Mientras que los antiguos enemigos de Darguun avivan las llamas de una nueva guerra y las Cinco Naciones compiten por porder e influencia, el destino de una nación entera descansa en las manos de unos pocos desesperados héroes.
Prologo
Soy Lhesh Haruuc Shaarat'kor -el Alto Señor de la Guerra Harruc del Filo Rojo. Soy el gobernante y fundador de Darguun -la tierra del pueblo, que he esculpido de los territorios humanos para que así los dar, la triple raza de hobgoblin, goblin y bugbear, puedan reclamar de nuevo el hogar que ha sido suyo desde los antiguos días del Imperio de los Dhakaan.
Soy el heredero de los Dhakaan. Soy el padre de Darguun. Pero soy un padre sin heredero.
Los reyes saben que el trono y la espada son amantes celosos. Un rey nacido para el trono puede llegar a querer a otra, pero el rey que lucha hacia su trono ya tiene tanto reina como amante. No hay lugar para otra en el corazón de un conquistador.
La sabiduría común dice que el primer deber de un rey es tener un heredero. Veis donde estoy. Veis la tierra que he devuleto al pueblo. Veis la sangre que enrojece mi espada. No soy común. Dargunn no nació por accidente, ni pasará a alguien que se convierta en lhesh por accidente de nacimiento. Se que deben haber un heredero, pero no sere presionado en elegirlo. Están aquellos de talento y capacidad entre la asamblea de señores de la guerra y más alla. Darguun tendrá un lhesh que seguirá mis pasos y comprenderá mi visión.
He preparado el camino. El filo rojo actua como mi símbolo, pero mi heredero tendrá un símbolo que unira el brillante futuro de Darguun con el pasado glorioso de los Dhakaan. Una vez los emperadores empuñaron a Guulen, llamado Fuerza y Cetro de los Reyes. Ahora el lhesh de los Darguun empuñará el cetro y aquellos que le vean sabrán que es el rey y que tanto él como toda la raza golblin pertenecen a la tradición que se extenderá durante milenios.
Soy Lhesh Haruuc Shaarat'kor. Soy el padre de Darguun. Me encuentro a la cabeza de una nueva era para los dar, una que les verá alzarse como iguales a las otras razas de Khorvaire y que verá a los Darguun tomar su lugar entre las naciones. Veo un destino para mi pueblo que se extiende como el poderoso río Ghaal mientras su curso atraviesa Rhukaan Draal hacia el mar.
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La habitación del trono de Khaar Mbar'ost, la fotaleza que ordene construir en el corazón de Rhukaan Draal para mostrar mi poder y mi sofisticación -o lo que creía entonces ser sofistiación- se llena de gente. Miró abajo desde mi trono sobre los señores de la guerra de Darguun, sobre los jefes de los clanes y los líderes de batalla. Sobre los embajadores enviados por los humanos de las Cinco Naciones para obtener mi favor y para espiarme. Sobre los enviados y virreyes de las grandes casas de las marcas del dragón, aquí por la misma razón, pero quizás más contundentes al respecto. Sobre los representantes en mi corte de aquellos clanes que habitan dentro de Darguun pero que aún no han escogido forma parte de su fuerza -Clanes Dhakaani que se ciñen a las costumbres del pasado o tribus Marguul que han caido tan lejos de su gloria que son poco menos que bárbaros. Ninguno de estos que toman sus posiciones debajo se atraven a mirarme. Puedo sentir su miedo y su anticipación.
Esgrimo el Cetro de los Reyes, su pesado mango tallado de runas en mis manos. ¿Pense que era sofisticado cuando ordene a Khaar Mbar'ost construirlo?. ¿Pense que era fuerte cuando permití a los Clanes Dhakaani y alas tribus Marguul llegar hasta mi en su momento adecuado?. ¿Pense que era listo asegurnado este antiguo artefacto como un simbolo de poder para mi sucesor?. El Cetro de los Reyes no es un simbolo. Es poder. Ha sido empuñado por emperades, y recuerda. Recuerda la grandeza de Dhakaan de una forma en la que ni incluso los guardianes del conocimiento de los Kech Volaar, los más sabios de los modernos clanes Dhakaani, pueden conocer. Recuerda batalla de tal ferocidad y gloria que incluso los jefes Marguul temblarían. Recuerda un tiempo cuando los gobernantes no buscaban simbolos para conseguir la obediencia de su pueblo, sino que simplemente lo mandaba como su derecho.
Y comparte esos recuerdos conmigo, dia y noche. Nunca estare solo con mis pensamiento de nuevo. Es una inspiración. Es una maldición. Detesto al cetro, pero no puedo ser separado de él. Es mi fuerza. Le he hecho el símbolo del lehs, y no puedo deshacer eso. Y no todo de lo que me muestra el cetro esta equivocado. Un rey debe ejercer el poder sin compromiso o vacilación o piedad. ¿Como no comprendí esto antes?.
Hay silencio en la habitación del trono. Lo rompo.
"Entrar al muerto".
El lento batir de un duum comienza, barras de bronce golpeando piel curtida a ritmo lento. Me obligo a mira hacia arriba, y la fría furia que ha entrado en mi estómago arde como hielo una vez más.
Seis osgos atraviesan las grandes puertas de la habitación del trono portando un tablón recubierto con seda. Sobre el tablon yace Vanii de los Ja'aram. Es dificil verle solo como un cuerpo, a pesar de la gran herida que deja su pecho abierto. Me alzo de mi trono y bajo de mi estrado para tocar la herida fatla y para ofrecer a mi shava, mi hermano de espada, el honor que merece. Paatcha. Los osgos llevan a Vanni a un féretro de piedra levantado en el estrado y se retiran. Regreso a mi trono. La venganza me carcome.
Las cabezas se vuelve de nuevo mientras dos figuras entran a la habitación del trono al ritmo del tambor. Empujado por Dagii de los Mur Talaan, Keraal, una vez señor de la guerra de los Gan'duur, ahora el último guerrero de un clan muerto, llega para saciar mi hambre. Sus orejas presionadas atras contra su cabeza y sus ojos abiertos con miedo. Ve lo que le espera: un verdadero árbol de duelo Dhakaani.
El Cetro de los Reyes aprueba mi elección de castigo.
El tambor calla. La sala esta en calma. El único sonido proviene de las cadenas de Keraal mientras se situa bajo el arbol del duelo, temblando de miedo y mirando hacia su condenación. Las tres palabras que dirigen el árbol son un secreto que mantengo cerca de mi corazón. Susurro la primera de ellas.
El blanco árbol de duelo de piedra se estremece y se mueve, las partes curvas de sus afiladas ramas. Oigo jadear a alguien en la multitud observadora -o quizás es un producto de los recuerdos del cetro. En el ojo de mi mente, me situo en el lugar de los emperados mientras hace que criminales y traidores, disidentes e intigrantes abrazan árboles similares. La segunda palabra de mando crece en mi lengua y traspasa mis labio mientras miro profundamente hacia el pasado.
Al momento, gruesas ramas se abalanzan y se envuelven alrededor de Keraal. Grita como un cachorro trasgo. Retorciendose y doblandose como si estuviera en una tormenta, el árbol lanza de rama en rama a Keraal hasta que cuelga sobre la sala del trono. Entonces las espinas en las ramas se estremecen y atraviesan su carne. Las canales en la piedra se vuelven rojos. Keraal se sacude y gime mientras el árbol se alimenta. En los días del imperio, una persona fuerte podía permanecer en el abrazo del árbol durante días.
Las caras de mi gente están embelesadas. Los grandes trasgos traicionan su anhelo con orejas temblorosas. Los osgos olfatena el aire. Los trasgos se estiran para conseguir una mejor visión a través de las razas más altas que los rodean. Comprenden el poder de la sangre. Desde antes de la era de los Dhakaan, asi es como ha sido.
Los embajadores de más allá de Darguun -humanos, elfos, semielfos, un enano, un gnomo- se giran. Algunos parecen indignados. Algunos parecen enfermos. Algunos, más sensibles, parecen asustados. ¡Y debería estar asustados!. Me levanto, alzando el Cetro de los Reyes ante mi.
"¡Ser todos testigos", digo a la multitud, "del final de todos aquellos que están en contra de Darguun!. Haruuc Shaarat'kor no teme a nadie. ¡Darguun no teme a nadie!."
Mis Dargull me responden, señores de la guerra rugiendo mi nombre como si no fueran más que los porta lanzas y porta estandartes más bajos. El orgullo y las memorias del cetro habitan dentro de mi. Asi es como se sienten los emperadores.
Entonces alguien grita, "¡Traenos guerra!."
Las palabras atraviesan los sueños del cetro. El orgullo se convierte en enfermedad.
El Tratado de Tronofirme que finalizó la Última Guerra que reconoció a Darguun como una nación soberana -un tratado que firmé- prohibe la guerra entre naciones. Darguun no posee amigos verdadros. Si me atrevo a liderar la nación que forjé contra Breland, el país fronterizo, me enfrentaré a la ira de Aundair y Thrane, incluso también quizás del lejano Karrnath y del astuto Zilargo. Anuncié que Darguun reclamaría la herencia de los Dhakaan, pero buscar esa herencia nos condenará.
Cuando Dhakaan gobernaba Khorvaire, no había otras naciones. No había otros desafíos para el imperio. El cetro recuerda orcos en el oeste que eran por turnos enemigos y aliados, pero ya eran una raza en desaparición. El cetro recuerda elfos, buscando un asidero en el continente antes de retroceder a su propia isla mística. Los humanos y todas aquellas razas que engendraron aún no habían cruzado el Mar Tormentoso. Los emperadores de Dhakaan no pudieron haber soñado con el futuro al que me enfrento.
El Cetro de los Reyes no puede comprenderlo. Me fuerza hacia sus metas. Intenta hacer un emperador en una era que no tiene sitio para los imperios.
Miro de nuevo a los embajadores de las naciones y a los enviados de las casas de las marcas del dragón. Durante un momento, parece que puede ver más allá del miedo que muestran por mi castigo a Kerral. Veo como me miran, como me describirán a sus soberanos y patriarcas: no como un heredero de una nación orgullosa, sino como un monstruo impulsado por la crualedad y el ansia de poder.
Y lo soy. El cetro no me dejará ignorarlo. Me seduce incluso mientras lucho contra él. La multitud esta gritando -"¡Guerra!. ¡Harruc!. ¡Guerra!. ¡Harruc!. ¡Guerra!. ¡Guerra!. ¡Guerra!."- y el placer de ello me estremece, uniéndose a los recuerdos del cetro.
Anhelo acechar el campo de batalla de la forma que lo hacia cuando era una joven guerrero, espada ensangrentada derrotando a mis enemigos, cetro alzado para dirigirlos. De repente se que si me entrego a los recuerdos de los emperadores, todo el poder del cetro se abrirá a mi. Hay más en el centro que solo recuerdos. Mis ordenes serán irresistibles. Todo Khoravire se arrodillará. El legado de los Dhakaan no necesita ser destrucción. ¡Puede ser una nueva era para la fuerza trasga!.
Hablo sin pensar. "¡Darguuls!. ¿Nuestra nación no nación de la guerra?. ¿No nación nuestra gente de la guerra?. Desde los días antiguos, ¿no hemos extendido nuestro poder por toda la tierra?."
La adoración de la multitud es como una cosa psíquica, cogiendo y levantándome. Y sin embargo...
En las ramas del árbol del duelo, Keraal pronuncia otro lento gemido. Miro arriba hacia el rebelde que me ha costado tanto, y otro recuerdo me llega -uno de los mios, no uno de los del cetro. Palabras pronunciadas en esta habitación y en este lugar para Geth, el cambiante que he otmado como un hermano espada. Este es la condenación de los reyes. Somos hombres y mujeres cuando tomamos el trono, pero nos entregamos a nuestra gente. No somos más individuos y nos convertimos en naciones. Darguun no llorará por los Gan'duur. Bailará bajo los árboles del duelo. Bailaría si cuelgo del árbol.
Me entregaría gustoso a Darguun, pero no perdería a Darguun en los recuerdos de un imperio caido.
Geth busca a Ashi d'Deneith. El poder de su marca de dragón puede ser suficiente para bloquear el control del cetro sobre mí durante un breve momento, al menos. ¿Pero regresará a tiempo Geth?.
Inento encontrar palabras para calmar a mis señores de la guerra, pero la agitada congregación ha pobrado la sangre. Señores de guerra, incluso diminutos consejeros, comienzan a gritar victimas de su euforia.
"¡Breland!".
"¡Zilargo!".
"¡Breland septentrional y entonces hacia Thrane!."
La voluntad de la multitud me desgarra. La voluntad del cetro me desgarra. Ir a la guerra por la gloria de Darguun. Ir a la guerra por la gloria de Dhakaan. No hay tiempo para esperar. La guerra no esperará. Mis orejas apretadas, mi labios retraidos para mostrar mis dientes-
-y la inspiración me llega en uno de los profundos recuerdos del cetro. Dhakaan nunca conoció a los humanos, pero conocío a otro enemigo, uno que aún existe. Uno que no encontrará más amgios entre las otras naciones de Khorvaire de lo que haría Darguun.
Aspiro y grito como haría sobre un campo de batalla.
"¡Silencio!".
Miro hacia mi corte, escogiendo mis palabras con cuidado y soltándolas como si preparará tropas para la batalla. "¡Pensais en pequeño!. Breland, Thrane... ¿que desafío serían?. La sangre antigua demana un enemigo antiguo. Como fue en la era de los Dhakaan, ¡los trasgos deben ir a la batalla contra los elfos!." Confío en el Cetro de los Reyes, sellando mis palabras con un gesto. "¡Dejemos que nuestros filos caigan sobre Valenar!."
El silencio equivale al tiempo de expulsar aliento, entonces la sala del trono estalla en nuevas vivas. En mi mente, el cetro interpreta su aprobación con imágenes de elfos muertos. Los enemigos de los Dhakaan son enemigos adecuados para los Darguun.
La mano que sostiene el báston inscrito en runa tiembla. Es una estrategia desesperada. Los elfos serán un enemigo más acérrimo, pero no tan acérrimo como las cinco naciones de los humanos unidas. Si Darguun y Valenar luchan, ¿les importará a las otras naciones?. La devastación de las Tierras Enlutadas y las profundas aguas de la Bahia Kraken son barreras. La batalla será limitada.
He llamado a la guerra para salvar a Darguun de la guerra.
Hay un movimiento al lado del estrado. Geth y Ashi se encuentran en una entrada, listos para ayudarme. Durante un momento actuo como si el cetro quiera no lucha contra mi. Si el poder de Ashi puede bloquearlo, pueden que aún haya tiempo para terminar con esta locura.
Dejo la esperanza y alzo el cetro alto en triunfo y bendición-
Un dolor agudo me abrasa a través de mi hombre derecho y mi pecho. Soy un guerrero. Incluso mientras tropiezo hacia los lados y me derrumbo contra alguna extraña obstrucción en mi axila, reconozco la sensación. Una flecha -no, un virote, enterrado casi hasta el extremo en la delgada juntura de la armadura. Un ardiente fuego acompaña al dolor. Veneno.
Escucho a Geth gritar mi nombre, entreviendo al cambiante arrojándose de golpe sobre el estado, los ojos animales brillando, los afilados colmillos descubiertos. La multitud es más lenta en reaccionar. Muchos de ellos aún están gritando.
Los instintos de un viejo guerrero me obligan a abrir mi ojos, y soy el primero en ver al trasgo vestido de negro que se lanza desde la tribuna de observación -supuestamente cerrada- por encima de la sala del trono. Uno de los shaarat'khesh, los Filos Silenciosos. Uno del clan de los asesinos.
Chettin, quien se llamaba mi amigo, aterriza sobre el estrado con una voltereta rodante, extrayendo las dagas envainadas en sus antebrazos mientras se pone en pie. Una de las dagas es curvada y fea. La otra es recta y plana pero aún más fea, con un cristal negro azulado parpadeando en su filo, como el ojo de un gran gato.
Situo la pesada mol del trono entre nosotros y busco a tientas mi espada, pero mi brazo derecho esta inutilizado. Abandono el intento e intento alzar el pesado cetro -se ha vuelto a despertar y recuerdos de antiguas traiciones me están asaltando en forma de un torrente de odio. Contrataco, pero es como nadar contra la corriente de un río. Una neblina cae sobre mí. Hay tantas cosas que deseo decir a Chetiin pero solo una palabra se escapa, estallando con tal fuerza que no puedo estar seguro si soy yo o es el cetro el que la pronuncia.
"¡Traidor!".
Fuente: Wizards of the Coast - Words of Traitos (Prologue)